+ Texto JULIA GÁNDARA +
El 15 de mayo, como todos los años, Verano abrió los ojos en su casa de Sanibel Island, Florida. En su móvil de última generación que le regaló su tía abuela el año pasado, sonaba a las 10:00 de la mañana el clásico veraniego (su favorito) La bilirrubina de Juan Luis Guerra. Es de mencionar que desde que saliera el disco en el 91, la bilirrubina le ha venido subiendo menos desde que la escuchara por primera vez. Y por qué no decirlo, los años no pasan en vano por el jovial cuerpo de Verano, y tras unos cuantos millones de ellos, y algún que otro desastre musical que sin ningún tipo de vergüenza se le encasqueta, al tipo se le antojaba cada vez menos visitar a sus fans que le esperan cada año por todo el mundo ansiosos, con el flotador en una mano y el aceite bronceador de factor 1,8 en la otra (los que tienen conciencia del calentamiento global, los que no, esperan directamente con al aceite para el compresor del coche).
Pues bien, como cualquiera de nosotros habríamos hecho ante semejante panorama, Verano retrasó 5 minutitos más el despertador, dejándose arrastrar por un espíritu aventurero venido a menos y despertó 5 minutitos más tarde de casi 2 semanas después. Acelerado y muy somnoliento se plantó sus bermudas y su camiseta de Disneyland Florida con la etiqueta todavía puesta, pues debió pensar que el momento era óptimo para el estreno aunque algo desde ese intante, llamadme loca, me indica que no estaba enteramente en sus cabales.
Bien, no quiero enredarme más con detalles de carácter estético-críticos ni anímico-analíticos. Sólo importa que Verano saltó de la cama a su zodiac dispuesto a cruzarse el atlántico y llegar al trabajo puntual, y ayer a última hora como quien deja una nota a través de la ranura de la puerta se extendió la noticia, sin saber de dónde pero sin dudar de su carácter palpable: El, Verano, ha muerto.
La Zodiac Cadet 200 que anunciaba cada año la llegada de la alegría, del olor a crema de coco, de Bulldog, de las noches infinitas, de los anuncios de cerveza existencialistas, de las quemaduras de tercer grado, de la lambada, y de los cóckteles de papaya, ha desaparecido en medio del atlántico. No le esperéis. Soltad el flotador. Sacad las toallitas autobronceadoras. No es necesario que guardéis vuestros minivestidos de verano, de tirantes y falda cortas. Pero tened a mano el visón de la abuela. Abasteceros de igual forma de After Sun y Frenadol. Y ¡a disfrutar de un verano en Anorak!
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