+ Texto e ilustración SERGIO ALBARRACÍN
1
Decidió que la marea tenía la culpa esta vez, y también que se le daba estupendamente encontrar culpables cuando los necesitaba, dos conclusiones a las que había llegado tras descubrirse nuevamente pensando en lo malo. En lo que Calderón le habría reprobado enérgicamente que volviera a incidir si hubiese estado allí, con su suéter Hillfiger color pistacho y atufando a CK One como si lo regalaran. Pero el doctor Calderón no estaba allí y no estaba en su cabeza y ella podía pensar en lo que le diera la gana y ahora quería pensar en lo malo.
Había pasado mucho tiempo desde aquellas sesiones y sintió que ahora tenía todo el azul del cielo y que solo importaba la playa.
Alargó el brazo y rebuscó a tientas en el bolso de esparto colgado de la sombrilla hasta que encontró la protección solar. Sacudió la arena que ya amenazaba con apoderarse de la mitad derecha de la toalla y se recostó entre la g y la última e del gran rótulo naranja de Jagermeister. Después se reclinó y cambió de postura porque se veía gorda.
No más Snickers helados, se dijo. No deseaba que Talbot la confundiera con un balón hinchable y le diera una patada que la sacara de aquel lugar que tan bien le sentaba a su espíritu.
Era consciente de que reunía muy pocos de los atributos que Talbot requería en una chica, por eso mismo conocía perfectamente aquellos que llamaban su atención y cuando se encontró con Rebeca en el KAMANDI supo enseguida quien iba a ser la flamante aspirante a reina del baile, el nuevo y reluciente trofeo a colocar sobre la chimenea. Había conocido a Rebeca durante un campeonato en Las Canarias y no le había caído ni bien ni mal, a pesar de tener que soportar más de un interminable monólogo sobre todos sus ex-novios profesionales y algo que podría haberse titulado “Le iluminaré sobre las condiciones ideales para practicar surf”, cosa que la misma Rebeca no hacía, lo que le llevó a pensar que era teoría aprendida entre revolcón y revolcón durante campeonatos como aquel en el que se acababan de conocer. Aún así no le había caído ni bien ni mal.
Pero desde luego Talbot se derretía con chicas como Rebeca, del tipo azafata de concurso, con su corte de pelo cleopatriano, sus perfectas tetas y piernas torneadas en silestone y un tono de piel tostado que a ella le recordaba un croissant pasado por la plancha. Al visualizar la imagen se le escapó una risita que sintió ridícula y por un momento se avergonzó y la ahogó nerviosamente y miró hacia ambos lados y quiso volver a reír cuando certificó que nadie la había escuchado pero ya no pudo.
Se distrajo analizando la playa. A su derecha el empinado carril de tierra que serpenteaba montaña arriba y que se iba estrechando conforme ascendía hasta terminar en la carretera. Dos muchachos bajaban sus fish boards y algo que le pareció una nevera estampada con alguna propaganda. El final del carril, flanqueado por abundantes matas de artemisa que morían a su izquierda a los pies de un risco, en un terreno más de piedra que de arena, entre formaciones rocosas y pequeñas lagunas naturales. A lo lejos otra roca bastante mayor asomaba del agua como una atalaya cubierta de algas, imponente.
Fueron las algas las que le hicieron reparar de nuevo en lo malo.
Lo malo otra vez.
Lo que le llevó a recordar aquellas historietas que su primo cinco años mayor, aunque el desarrollo de su físico se empeñara en decir lo contrario, guardaba sobre el armario de su habitación y que ella devoraba a escondidas durante las dos semanas de verano que todos los años pasaban en la casa de Sitges.
Historietas en un austero blanco y negro con títulos como “Susto de muerte” o “Dulce matrimonio”, donde generalmente se relataba el cruel asesinato de uno de los protagonistas, ya fuera por dinero, celos o despecho, y su posterior regreso del fondo del mar, de un viejo pozo abandonado o de una fosa séptica para ajustar cuentas con sus asesinos, la mayoría de las veces su propia pareja y el amante de ésta.
Asfixiados en habitaciones de celulosa amarillenta por manos que rezumaban cieno.
Y había algas, claro. Algas hermosamente dibujadas.
Mientras se aplicaba protección por el cuello le asaltó la idea de morir estrangulada y tuvo que alejarla rápidamente de su cabeza como el que espanta moscas de un bistec en una habitación cerrada. Pensamientos como aquel la excitaban.
No excitarse.
Le había ocurrido en varias ocasiones durante las sesiones con Calderón y a la salida de la consulta y sobre todo en el camino en autobús de vuelta a casa y era en esos momentos cuando más sola se sentía.
Afortunadamente o no, el doctor había encontrado un diagnóstico para “su disfunción”, como a él le gustaba llamar a lo malo, y sus padres lo habían aceptado sin oponer resistencia, igual que dos náufragos se abrazan a un madero en medio de una tormenta, asintiendo mecánicamente con la cabeza cada palabra del médico, como movidos por un resorte invisible, como esas figuras de perritos que se colocan en el salpicadero o en la bandeja trasera de los coches. Lo más que hicieron sus padres después del diagnóstico fue repintar las paredes de su habitación de un azul cursi a más no poder. Un azul que en nada se parecía al que se abría ahora delante de ella.
Se desperezó de sus pensamientos y volvió a ponerse loción protectora porque le gustaba tomar el sol pero odiaba broncearse. Volvía a pensar en Talbot y en el campeonato celebrado dos días antes y en como había cambiado la playa. Ya no se oía el molesto ir y venir de los coches procedentes de la carretera.
Como si todos hubiesen aprovechado la noche para marcharse.
Y después pensó que ella tendría que irse pronto también. Y al alzar la vista pudo ver a Rebeca acercándose hasta su toalla.
–
2
Algo que pasó por alto aquella primera noche en el KAMANDI y que ahora se mostraba claro bajo el sol del Atlántico era que se había gastado un dinerito en la dentadura. Rebeca se había arreglado los dientes y cuando le sonrió allí de pie, a contraluz, no pudo evitar imaginárselos como perlas caras cubiertas de babosas y fango. Teñidas con el verdor del final de los días, pensó, adornando su voz interior como si alguien pudiera escucharla y premiarla por lo ocurrente de sus desvaríos.
Una vez sentada a su lado la chica no tardó ni diez palabras en mencionar abiertamente a Talbot. Ella les había presentado la última jornada de competición y eso bastó para que Rebeca decidiera quedarse dejando marchar al grupo con el que había viajado hasta allí solo unos días antes. Por su parte ella se había encargado de dejarle claro que el muchacho estaba libre, que era “un barco sin amarras”, ésa era la estúpida expresión que le gustaba utilizar. La expresión que había utilizado antes con todas las demás.
Y Rebeca no parecía ser diferente a las demás.
Le ofreció una ciruela y ella cogió otra. Desde que las probara por primera vez las había comprado todas las mañanas en el mercado del pueblo antes de bajar hasta la playa y le parecían las mejores ciruelas que había comido en su vida. Por unos segundos se paró a observar como Rebeca mordía la fruta y ésta estallaba en su boca y contempló el surco carmesí que empezaba a cruzar su muñeca partiéndola en dos, como un abismo.
Para cuando se quiso dar cuenta ya no estaba en la playa y el vapor lo enturbia todo.
Volvía a oír los trasteos en la cerradura y a su madre gritar su nombre pero su cabeza era una toalla mojada que pesaba el doble.
Entonces un viento fresco la devolvió.
Miraba al horizonte.
La ciruela seguía intacta en su mano y no se le ocurrió nada que decir, nada con sentido, al menos. Rebeca se lamía la palma de la mano. Pensó en Talbot y en sus dedos largos y rígidos y al instante brotó en su mente el recuerdo de una película en la que un chico y una mujer madura se enamoraban durante un verano pero por más que lo intentó no pudo acordarse del título.
Qué estupendo sería volver a nacer y criarse en un sitio como aquel y no haber conocido nunca a sus padres ni al doctor Calderón, ni a Rebeca, ni a todas las demás, ni siquiera a sus compañeros de instituto si alguna vez había podido llamarlos así. De repente se dio cuenta que Rebeca había estado hablando todo el tiempo sin que ella le prestara la más mínima atención, uno de sus famosos monólogos se temía, cuando una sombra alargada se deslizó sobre los pies de las dos chicas.
Talbot parecía un dios griego con neopreno.
Cuando hincó su tabla en la arena frente a ellas y dirigió una mirada de rayos X a Rebeca, traspasando su bikini, pudo ver de nuevo esa ardiente chispa en los ojos del chico. Aquella chispa que ella no conocería nunca pero que sabía era capaz de quemarlo todo.
¿Cuántas serían este verano y hasta dónde llegaría aquello?
¿Cuánto tiempo más podría soportarlo?
Talbot sacudió la cabeza y le salpicó agua en su mejilla izquierda y en las rodillas, y también en las de Rebeca y si antes había pensado que no le había caído ni bien ni mal, ahora la odiaba. ¡Cómo había llegado a odiarlas a todas! Podía verlos ya paseando por la orilla, dos figuras derretidas por el calor, indiferentes a todo lo que aconteciera más allá de aquellas dunas y podía verse también a ella misma, desechada igual que un cordón umbilical oculto oportunamente entre las piedras.
¿Qué más podía hacer siendo consciente como era del papel que le tocaba desempeñar?
Talbot nunca había querido ni tocarla. No al menos de la forma que ella deseaba.
El joven propuso que quedaran esa misma noche para tomar algo en el KAMANDI a modo de despedida. Acordaron que sería el último día que permanecerían allí. Y minutos más tarde los tres ascendieron por el empinado carril de tierra cuando el sol casi había desaparecido.
3
El KAMANDI no dejaba de ser un mero chiringuito de playa con pretensiones chill. Por su situación, el lugar de encuentro idóneo para los asistentes al campeonato y durante el resto del año coto de la fauna local, desde surferos residentes y hippies que se ganaban la vida vendiendo artesanía y pasando algo de costo hasta cincuentones salidos bebedores de J&B cola. El ambiente esa noche distaba de ser el de anteriores, el campeonato había terminado y se notaba, aún así todavía reinaba cierta excitación en el ambiente, como una intención por parte de los que habían decidido no marcharse de ponerle la puntilla al evento.
Demasiada gente todavía, pensó ella nada más entrar.
Durante la hora y cuarenta minutos que pasaron en el local Talbot y Rebeca parecieron entenderse a la perfección y a ella tan solo le quedó observarlos como la que observa una lluvia de estrellas o la devastación provocada por un tornado, asistiendo al curso inevitable de la naturaleza. Esta vez no tenía nadie a quien culpar. Ella los había unido y era consciente de lo que cada uno buscaba en el otro. Desde el sofá donde estaba sentada vio como bailaban un tema horrible de los Black Eyed Peas y en un momento dado Rebeca le había hecho señas para que se uniera a ellos a lo que respondió con su mejor sonrisa y un ademán de tocarse las piernas en un intento forzado de aparentar cansancio. Que aceptara lo que estaba pasando no quería decir que tuviera que formar parte del juego, un juego del que se sentía totalmente excluida por mucho que la otra deseara hacerla partícipe de su hortera danza de apareamiento.
A través de uno de los ventanales del KAMANDI podía contemplarse el faro abandonado que presidía la playa, como un monumento olvidado a los que un día se quedaron para siempre en sus aguas. Pronunció esta frase para sí con un tono ridículo propio de serial y eso le hizo pensar escribir sus divagaciones, llenar una especie de diario con sus pensamientos -por mero placer o quizás era necesidad y no lo sabía-, una cosa que por otro lado hasta entonces le había parecido lo más cursi, tanto o más que el celeste de su habitación, pero que ahora en cambio se le presentaba como una estupenda alternativa a aquellas absurdas terapias con Calderón y pensó que en esas páginas quizás podría haber encerrado bajo llave y candado todos sus fantasmas, sus inseguridades y lo malo.
También lo malo.
Lo malo habría traspasado cualquier jaula de papel, pensó al instante.
Luego marchó hacia la barra con intención de pedir otro mojito y entonces se dio cuenta. Talbot y Rebeca se habían esfumado delante de sus narices. Al principio le invadió una sensación de pánico que ya conocía pero que intentó disimular y se odió a sí misma por haberse quedado absorta en sus pensamientos. De todas formas ella se enorgullecía de saber como pensaba Talbot. Salió decidida del KAMANDI y caminó hacia la cala que circundaba la base del faro, pensando que si el muchacho la descubría espiándoles, ahí se acabaría la poca relación que hasta el momento había sido capaz de tener con él.
Se sintió satisfecha nada más comprobar que podía fiarse de su intuición. Bajo la luz de la luna la piel de la chica parecía de un bronce candente. Ambos tumbados en la arena, uno sobre el otro a los pies de la escarpada pared de piedras que formaban la base del faro y ella escondida entre sus recovecos, acurrucada como un animal, frágil y curioso, así pudo ver como la pareja consumaba lo que ella en soledad tantas noches había deseado. Sintió como se erizaba el vello de sus brazos y supo que no se debía al frío, sabía muy bien a qué se debía realmente.
Talbot estrujaba con énfasis los muslos de la chica, cuyo cuerpo entero gritaba que se la metieran. Ese era su único monólogo ahora. Métemela, Talbot. Por favor, métemela hasta que este puto faro se nos caiga encima. Rebeca forcejeaba violentamente con las bermudas de él hasta que finalmente consiguió colocarlas casi a la altura de sus rodillas. Incluso desde esa posición en la oscuridad consiguió ver que el chico ni siquiera estaba empalmado.
Rebeca no lo entendía. No lo apreciaba. No lo merecía. Era ella la que debía estar bajo el cuerpo de Talbot.
Abrazando lo malo.
El grito de la chica fue muy breve además de muy agudo, parecido al que emite un cachorro cuando se le pisa la cola por accidente. No fue plenamente consciente de la situación hasta que vio a Talbot incorporarse sobre sus rodillas y sostener la gran piedra en el aire con su mano derecha mientras que la otra se cerraba ahora alrededor del cuello de Rebeca. El gesto impedía que la muchacha pudiera gritar y aunque el golpe no había sido decisivo había conseguido aturdirla y un hilo de sangre le cruzaba la sien derecha, abriéndose paso por su mejilla hasta empapar el labio superior.
Jugo de ciruelas, pensó, entre las sombras.
Un nuevo golpe. Y luego otro más. Después del cuarto impacto la ex-amante de varios surferos profesionales permanecía inmóvil y la frente le sangraba abundantemente. Talbot sudaba y su respiración era profunda y entrecortada. Todavía con la piedra teñida en su mano y la cara salpicada de motas escarlatas, el chico miró a su alrededor y por unos segundos detuvo su vista donde se encontraba, y a ella le pareció que la miraba fijamente, y pudo ver ese fuego en sus ojos tal como había hecho esa misma tarde en la playa pero multiplicado por cien.
Probablemente se lo había imaginado.
Era difícil que pudiera haberla visto escondida entre las aristas de aquella oscuridad.
Talbot, que ahora sentía que podía ofrecerle lo que le había estado pidiendo y más, penetró el cuerpo de la chica, un cuerpo al que en esos instantes se le escapaba la vida. Con cada embestida de él unos finos hilos de sangre salieron disparados del ojo izquierdo de la joven, pintando las rocas en una mala y macabra versión de Jackson Pollock. Ella se mantuvo en todo momento apostada en su trinchera, al principio tan solo observando, pero segundos después comenzó a excitarse más allá de lo imaginable y se acarició sin pasar de la ropa interior, -ese era uno de los primeros pasos que Calderón le había aconsejado seguir para ir alejándose progresivamente de lo malo-, hasta que la escena acabó repentinamente con una última sacudida del chico.
Todo había terminado. No quería ver más.
Para entonces ya se sentía lo suficientemente mal como para arriesgarse también a ser descubierta. Además las olas rompían ahora muy cerca y pensó que si permanecía más tiempo allí y la marea subía lo suficiente corría el riesgo de quedar atrapada en el faro. Eso le preocupaba más que Talbot la sorprendiera espiándole. Comenzó a descender la pendiente de grandes piedras que había sido su escondite y pudo sentir el roce de la humedad en su entrepierna mientras avanzaba, lo que le provocó unas leves náuseas. Se detuvo un solo instante para mirar atrás y pudo ver como Talbot cubría con rocas el cuerpo de Rebeca. Miró por última vez el rostro irreconocible de la chica, cubierto ahora por una pegajosa mezcla de arena, pelo y sangre en vías de coagulación. El rostro de una chica de veinticuatro años que nunca más podría dar su opinión sobre lo que hacía que una ola fuese perfecta.
4
El viejo Ford Taurus gris que conducía Talbot Miller con dos tablas de surf sobre su baca estacionó en la gasolinera SHELL pasadas las 6:30 de la mañana, justo cuando el sol empezaba a asomar tras la línea de las montañas. Habían viajado toda la noche por carreteras secundarias sin apenas intercambiar palabra y a ella le había parecido bien parar, necesitaba estirar las piernas y además le encantaba la luz a esa hora, donde cualquier cosa que miras parece a punto de comenzar a arder.
Esa será la primera línea de mi diario, pensó.
Mientras Talbot se dirigía a la ventanilla se entretuvo observando la gran concha de mar amarilla y roja en la altura y le recordó la playa y todo lo sucedido la noche anterior. Se preguntó cuál sería el siguiente destino con su consiguiente campeonato y le entraron ganas de llorar y en el fondo sabía muy bien porqué. Porque nada de eso importaba, ni la playa con su cielo azul, ni la clasificación, ni tampoco el puto swell de los cojones, lo único importante de este viaje era descubrir a la siguiente reina del baile, la nueva cabeza de ciervo con la que decorar el comedor de casa. El problema es que sabía quien sería la encargada de encontrar a esa chica para una función que ella misma habría estado encantada de realizar, eso era lo malo.
Las había odiado a todas y estaba segura que a la próxima también la odiaría.
Mirando a Talbot acercarse con refrescos y unas latas de Pringles recordó la vez que se conocieron y como ella le había encontrado cierto parecido a un joven Brad Pitt en “Thelma y Louise”, salvando las distancias, claro.
-¿Qué hiciste anoche al final? -Le preguntó con su precario acento.
-Os perdí de vista y estuve dando una vueltecilla por el pueblo, aburrida. -Mintió, como aquella vez con la tal Estela en el parking o esa otra guiri en Caños de Meca de la que no recordaba el nombre. Pero por la expresión de Talbot esta vez estaba convencida que no la había creído. Si así era lo dejó pasar.
-He estado pensando en ir al norte.
Lo que pensó ella no lo dijo en voz alta.
-Lo suyo sería que esperaras unos días más pasadas las competiciones, había bastante gente en el KAMANDI que os vieron juntos. -Eso fue lo que dijo y luego sencillamente se subió al coche.
Ya en la carretera, al mirar por el retrovisor le pareció ver a todas y cada una de esas chicas en el asiento trasero del Ford, habían regresado desde donde quisiera que estuvieran, el fondo de un barranco o una acequia en desuso, para mostrarle sus heridas putrefactas cubiertas de algas y verdín y entonces extenderían sus brazos descompuestos y sus garras huesudas hasta lograr alcanzarla y expulsarla del coche en marcha.
Con ese pensamiento en la cabeza y justo antes de dormirse rebuscó en la guantera y encontró una libreta que había perdido la pasta delantera pero a la que todavía le quedaban algunas páginas, no era precisamente el diario con el que una niña sueña pero para empezar serviría.
10 Comments
Grande informação! Recentemente, deparei com seu blog e tenho lido junto. Eu pensei que eu iria deixar meu primeiro comentário. Eu não sei o que dizer, exceto que eu gostava de ler. Bom blog. Vou continuar visitando este blog muito frequentemente
___________________________________________
http://www.maladiretasegmentada.com.br
Este post foi realmente incrível, parabéns e muito obrigado por compartilhá-lo conosco.
___________________________________________
http://www.kitsucesso.com
Realmente seu blog tem bom post então eu me tornei um visitante permanente do seu blog.
___________________________________________
http://www.divulgaemail.com
Eu gosto deste que é um grande trabalho, mantê-lo.
___________________________________________
http://www.maladiretasegmentada.com.br
Este material é ler um digno.
___________________________________________
http://www.divulgaemail.com
O layout do site é fantástico, isso vai atrair muitos newbie … Keep it up.
___________________________________________
http://www.divulgaemail.com
Bom!
___________________________________________
http://www.maladiretasegmentada.com.br
Como sempre uma postagem excelente. A maneira como você escreve é ??impressionante. Graças. Adicionando mais informações serão mais úteis.
___________________________________________
http://www.maladiretasegmentada.com.br
Tudo é muito aberto e explicação muito clara de questões. Ela contém realmente informações. Seu site é muito útil. Obrigado por compartilhar. Olhando para a frente a mais!
___________________________________________
http://www.maladiretasegmentada.com.br
Wow artigo incrível, toca-me de dentro!
___________________________________________
http://www.casaemail.com.br